Diego García "El Twanguero": "Un disco tiene que ser el reflejo de lo que eres en ese momento, maquillarlo sería un error"


Texto: Carlos Molina.

Colaborador de grandes nombres del rock en español (Bunbury, Calamaro, Jaime Urrutia, Fito Páez, Santiago Auserón) y con varios discos ya a sus espaldas en solitario, el guitarrista Diego García, más conocido como “El Twanguero” comenzó en marzo una intensa gira por España para presentar su último trabajo, "Argentina Songbook”, en el que lleva al Twang eléctrico grandes clásicos del Tango, el Rock y el Folklore argentinos con invitados de lujo (Calamaro, Bunbury, Páez, Diego El Cigala). Aún tienes la posibilidad de disfrutar de su directo en Málaga, Zaragoza, Salamanca, Pontevedra y A Coruña.

Tu nombre quizás no sea tan conocido por el gran público como te merecerías por tus logros y por los artistazos con los que has compartido proyecto en algún momento de tu carrera musical. Comencemos precisamente por ahí. Andrés Calamaro, Santiago Auserón, Diego El Cigala, Juanes, Wyclef Jean, Jaime Urrutia, Fito Páez, Enrique Bunbury… has trabajado con lo más granado del rock español y en español. Cuándo miras hacia atrás y ves ese listado de músicos con los que has colaborado, ¿cuáles son los primeros pensamientos, y sentimientos, que te vienen?


Bueno, lo primero que veo es que ha llovido mucho desde que empecé en esto, pero sobre todo que he tenido la oportunidad de tocar con gente muy interesante durante estos años. He viajado por todo el mundo, he grabado muchos discos y pienso seguir haciendo todo esto durante mucho más tiempo. Aprendí de los grandes y en un momento dado decidí renunciar a una vida de comodidades para saltar al vacío y defender a muerte mi proyecto vital.

Vamos a saber un poco más de ti. Se dice que uno de tus puntos fuertes como músico proviene de tu dominio del sonido Twang y el fingerpicking. ¿Puedes ilustrarnos a los neófitos en esta tendencia y técnica lo más relevante de cada una de ellas, y cuáles son tus “maestros” musicales en estos apartados?

El twang es un sonido característico de las guitarras country de los 50´s. Duanne Eddy, The Shadows, Dick Dale… son ejemplos perfectos. Yo soy la versión latina de esta escuela. El fingerpickin´ es una técnica de guitarra que bebe de la música Ragtime y que se caracteriza por hacer posible la ejecución de bajos, acompañamiento y melodía todo en uno. Hace muchos años que aprendí a tocar así y ahora que la crisis empuja a los músicos a tocar muchas veces solos, yo siempre tiro de lo que llevo años haciendo y trato de sacarle partido.

Tienes un background musical de lujo: desde tu temprano amor por la música, entrando con 6 años en el conservatorio valenciano, hasta tu precocidad a la hora de formar bandas y girar por Europa. Ahondando en estos aspectos: ¿qué artistas y grupos prendieron la mecha de tu pasión por la música?

Elvis, Beatles, Stones, Cream… y luego toda la escuela norteamericana de iconos de la guitarra de raíces como Chet Atkins, Wes Montgomery, Albert Collins, Link Wray, Roy Buchanan, etc.

Como he apuntando antes, comenzaste a foguearte desde tu adolescencia en bandas como Los Be-boppers o los Rock ‘n’ Bordes, grupo con el que recorriste Europa durante 3 años... ¡Y aún no habías alcanzado la mayoría de edad! También estuviste en Gallopin’ Guitars, banda pionera del Western-Swing y Ragtime en nuestro país. ¿Qué recuerdas de esos primeros combos y bolos?

Eran otros tiempos. No existía Internet ni la telefonía móvil, pero sin embargo salían cosas. Hacíamos llamadas de larga distancia y enviábamos discos por correos para cerrar bolos. Yo me curtí mucho en esas giras y aprendí grandes lecciones musicales y vitales que luego me han servido para seguir adelante.

¿El acumular tantos directos fue tu mejor escuela para alcanzar la maestría que ahora demuestras con la guitarra?

Obviamente tocar mucho te da seguridad a la hora de salir a un escenario. Pero lo más importante es querer mejorar, saber tus puntos débiles y reflexionar sobre ello. Hay gente que lleva toda la vida haciendo cosas mediocres y ni siquiera se da cuenta. También aprendí que la austeridad es el gran aliado del arte. Esto lo experimenté aprendiendo a viajar con pocas cosas (una guitarra y un ampli, por ejemplo) y quitando de encima todo lo que me complicaba llegar al siguiente bolo. Luego empecé a aplicar esta filosofía a mi propia vida y mi música y, aunque también tuve una época en la que pensaba lo contrario, creo que esta es la lección más importante que descubrí.

Poco antes de estrenar la treintena editaste tu primer álbum como solista: “Octopus” (Autor), publicando en 2008 la reválida, “Twanguero”, (también con el sello Autor). Con el paso del tiempo, ¿cuáles consideras que son las mayores virtudes, y defectos si los hubiera, de ambos?

Pienso que he ido perfilando mi voz como guitarrista y también sintetizando lo que quiero decir a la hora de mostrar un disco donde la guitarra “canta”. No acostumbro a escuchar mis álbunes y tampoco creo que les pueda encontrar defectos o virtudes concretas. Quizá haya cuestiones técnicas o incluso de logística que no volvería a repetir, como por ejemplo grabar todo por separado, como hice en el primer disco, o tener que incluir un tema cantado para rellenar o que sea un poco más “comercial”.

Para tu tercer álbum, “The Brooklyn Session”, intentaste el más difícil todavía, ya que se grabó y mezcló en un solo día y durante una estancia en Nueva York. Para hacer algo así hay que estar muy seguro del potencial musical y la destreza instrumental de uno. ¿Crees que todavía te queda mucho por aprender con la guitarra, o consideras que has llegado a un punto en el que sabes qué sonidos y estilos quieres y cómo conseguirlos (con mayor o menor trabajo)?

Queda mucho por hacer, pero en realidad en ese disco es como se tiene que trabajar. Se le da al Rec, todo el mundo toca y eso es lo que queda. Soy partidario de esa forma de grabar y absolutamente contrario a la forma mainstream de hacer las cosas. En el estudio ya se conseguir lo que quiero a nivel sonoro, pero la parte conceptual siempre es un trabajo arduo. Un disco tiene que ser el reflejo de lo que eres en ese momento, y maquillarlo sería un error, como engañarte a ti mismo. Yo trato de hacer el mejor álbum posible siempre, pero si pienso en un camino largo, que es lo que realmente es la música, entonces me digo: “bueno ya lo mejoraremos en el siguiente disco”.


Lo que está claro es que no paras. Tras tus discos en España y tu grabación estadounidense, marchaste a Argentina, donde alumbraste este “Argentina Songbook”, en el que filtras a través del Twang eléctrico el Tango, Rock y Folklore argentinos. ¿Cómo surgió esta iniciativa, y qué es lo que te atrajo de esa música popular argentina?

Me invitaron a tocar en el Festival de Jazz de Buenos Aires y la verdad es que me sorprendí del público, así que decidí quedarme unos meses a vivir allá. Yo ya había tocado mucho con Calamaro, pero llegar con música instrumental y tocar para 3.000 personas no es algo muy común. Yo ya venía escuchando mucho Rock argentino y desde siempre me tiró Oscar Alemán, Atahualpa y Anibal Troilo, así que fue una gozada hacer este disco. Además es el primero de una trilogía Latina Twanguera, que seguirá por otras latitudes en los próximos volúmenes.

Has trabajado con canciones tremendamente sentidas, evocadoras y repletas de sentimiento. Imagino que además de estudiar la forma de adaptarlas al Twang eléctrico, también te preocupaste largo y tendido por cómo hacer para, llevando las canciones a tu terreno, que no perdieran ni un ápice de su fuerza y alma.

Yo creo que para un disco de estas características la clave está en grabarlo en directo, en dos tomas y seguir a otro tema. Para que no pierda frescura.

En ese sentido, creo que alcanzas el notable alto, como demuestras en las instrumentales “Violetango” de Piazzolla o esa inolvidable “El día que me quieras” de Gardel. Hay espacio también para arquitecturas instrumentales de canciones como una doliente “Durazno sangrando”, “Ojos de videotape”, “Tonada”, “Comida china”, “A fuego lento” y “Laura va/Muchacha ojos de papel”. A todas ellas otorgas tu toque y sonido pero, ¿qué te ha terminado por aportar este disco a ti?

Una visión nueva de la música del Cono Sur y también una perspectiva real de cómo están realmente las cosas en América Latina, tanto a nivel cultural como social. Además versionar es todo un arte y te da buena perspectiva para aprender a cómo encarar un repertorio.

Un álbum para el que te has rodeado de un elenco de invitados de lujo, que vamos a repasar uno a uno, y si te parece nos indicas cómo fue la colaboración con ellos. Comencemos por Andrés Calamaro y esa hermosa “La Pulpera de Santa Lucía” de Maziel.

A Andrés le mandé la demo donde yo cantaba y me dijo que estaba genial mi voz ahí y que él no podía mejorarla. En realidad yo intenté imitarle y fue una situación realmente simpática. Finalmente accedió a cantarla a dúo conmigo y quedó genial. Nos queremos mucho, porque giramos y grabamos juntos durante algunos años y él siempre me trató genial y me dio todo el espacio que yo necesitaba, musicalmente hablando. Es una persona muy generosa.

Bunbury entrega su voz a “Guitarra dímelo tú”, de Atahualpa Yupanqui. Un Bunbury, además, que venía de afrontar su particular acercamiento al folk sudamericano, en este caso, con “Licenciado Cantinas”. ¿Cómo trabajaste el desarrollo del tema y la grabación con él?

En realidad Bunbury fue la única colaboración que yo contemplaba en un principio. Siempre pensé que él era el indicado para cantarla y cuando le escribí me contestó enseguida y me elogió por mi anterior disco, “The Brooklyn Session”. Me comentó de juntarnos en Buenos Aires para grabar su voz, pero yo justo e iba a España para el disco de Diego El Cigala y al final decidimos que lo hiciera él en su casa de Los Angeles.

Sigamos: “Naranjo en flor” ha sido cantada por Diego El Cigala… que se la había pedido ya hace unos años. ¿Cómo resultó la colaboración con este otro grande?

Con Diego tengo una relación de amistad producto de las interminables sesiones de grabación. Es un cantante muy dotado y muy visceral, así que nunca sabes qué es lo que va a pasar… aunque siempre pasa algo bueno. Como esta versión de “Naranjo en Flor”, donde junté los sonidos de Nashville con la voz flamenca más internacional. Fue toda una experiencia y también el pistoletazo de salida de su último disco.

“Me voy quedando” recae en Fito Páez. ¿Qué es lo que más te gusta de este nombre indispensable en el rock argentino y en español?

Fito tiene un repertorio espectacular. Es el continuador de una estirpe mágica comenzada por los Tangueros y continuada por los pioneros del rock argentino como Charly Garcia y Luis Alberto Spinetta, donde se mezcla virtuosismo, capacidad para escribir textos hermosos y una performance de primer nivel. O sea, el artista completo. Fito toca, compone, interpreta y es un intelectual. El problema es que es el último (junto con Calamaro) de esta generación de músicos argentinos.

Por último, la hipnótica “Tabú” es para la susurrante voz de Ely Guerra. ¿Qué destacarías de esta artista?

Ely fue el equilibrio perfecto para redondear las colaboraciones de estos titanes de la música. Ella es una artista integral, muy original y además fue la única a la que no conocía personalmente, por lo que doblemente agradecido.

Grandes han sido las colaboraciones… y también grande la banda que te ha acompañado en una grabación que suena de lujo. ¿Qué puedes decirnos (grupos o proyectos en los que han militado, sonidos en los que se mueven, etc) de los músicos con los que has registrado este álbum?

Son todos primera clase de la escena porteña, más bien cercanos al jazz, como Mariano Otero, Sergio Verdinelli, Hernán Jacinto, Didi Gutman y Leo Sujatovich. Lo mejor de lo mejor en Buenos Aires.

Además de estas piezas que has rescatado del folklore argentino y de su rock, ¿hay alguna canción argentina que no haya aparecido en el álbum que quisieras recomendarnos su escucha?

Sí, me encanta Jorge Cafrune, es como el Hank Williams de Argentina. Creo que en el folklore está la verdad.

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